Cada vez que Marisa, la jefa del departamento de logística,
entraba por la puerta, la temperatura de la oficina subía varios grados y un
fuerte olor parecido al azufre impregnaba el ambiente. Eau del averno, había
comentado alguna vez que se llamaba su colonia.
A los buenos días de la recepcionista respondió con una
especie de gruñido gutural con el que notificaba que lo mejor ese día era
evitarla. Una vez en su despacho, encendió el ordenador, leyó varios e-mails y salió buscando su
primera víctima. Sus subalternos trataron de esquivar su mirada, como si la de
Medusa se tratara y corrieran riesgo de que los convirtiera en estatuas de sal.
¡Carlos!, bramó finalmente, y el desafortunado propietario
del nombre se dispuso a enfrentarse a ella, no sin antes santiguarse. En ese
momento todos cayeron en la cuenta de cuál era la solución a sus problemas: ¡Llamar
al padre Carras!
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