En el último mes de gestación, a su madre, se le rompió un espejo y del susto se le adelantó el parto, dando a luz un martes y 13. Así que pasó los siguientes siete años culpándose de todos los contratiempos que le sucedían a su familia.
Aunque su infancia transcurrió
entre pequeñas adversidades, él no era supersticioso. Como acto de rebeldía
adoptó un gato negro y vestía habitualmente de amarillo. Mientras su madre tocaba
madera.
Fue a matricularse en
matemáticas, decidido a demostrar a su entorno que la buena fortuna era una
cuestión de probabilidades y que acababa llegando, y para empezar, la cola que él eligió para ello avanzó más
rápido que la otra.
Tan empeñado estaba en probarle a
su madre las leyes de la estadística que dejó caer una tostada pero, justo
antes de que esta tocara tierra, se sorprendió cruzando los dedos. Una ayudita,
pensó.
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