El primer día de colegio llegó para Ismael, y su hermano,
mucho más experimentado que él, lo acompañó hasta su fila y le despidió con un
lapidario: que la fuerza te acompañe.
Ismael, lloró durante gran parte de la mañana y entre
sollozo y sollozo repetía: mi casa…, teléfono.
Sin embargo, el recreo dio un vuelco a la situación. En
cuanto la vio supo que la seguiría hasta
el infinito y más allá, incluso después de presenciar cómo se aferraba al
cubo y la pala negándose a compartirlos con nadie a la vez que gritaba mi tesoro.
Desde ese día cuando alguien ponía en duda las virtudes de Maribel él se
encogía de hombros y decía nadie es
perfecto.
El timbre sonó indicando que las clases habían terminado. ¡Ya están aquí!, se alegró al ver a sus
papás y cuando le preguntaron ¿cómo ha ido tu día? Respondió ¡De película!
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