A nadie le resultó extraño que Nicolás,
el mejor expediente académico de la última promoción de ingenieros
aeronáuticos, recibiera una llamada de Aerostar, una de las más prestigiosas
compañías dedicadas a la construcción de aviones.
Al parecer, su proyecto fin de
carrera sobre la elasticidad y resistencia de los materiales, que había sido
calificado con matrícula de honor, había despertado el interés de la
multinacional que contactó con él, recién terminado el curso, para saber si le
interesaba incorporarse a sus filas como becario.
El Sanedrín o departamento de
selección, compuesto por un ejército de psicólogos, abogados y economistas era
el encargado de juzgar si Nicolás era digno de ocupar el puesto en prácticas
que la empresa estaba ofertando. El interrogatorio comenzó con la siguiente
pregunta: ¿Cuántas vacas hay en Canadá? Cientos de aeronaves sobrevolaron la
cabeza de Nicolás antes de responder: voy a pedir el comodín de la llamada.
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