Era una lluviosa tarde de sábado, la
melancolía y la pereza flotaban en el ambiente. Aun así no nos dejamos vencer
por esos sentimientos y nos decidimos, animados por el pequeño de la casa, a ir
al cine. Una vez salvado el primer escollo faltaba elegir la película.
Tras un arduo debate y varias votaciones, por
mayoría simple, la película, la sala y la sesión fueron aprobadas. Fuimos con
tiempo, no nos fuéramos a quedar sin entradas y se frustrara nuestra tarde de
ocio familiar.
Para hacer completa la velada compramos unas
palomitas y, como somos padres responsables, una botella de agua, no vaya a ser que se nos ahogara la
descendencia. Un paquete mediano del snack cinéfilo y 75 cl de, por lo visto,
oro líquido, siete euros con cincuenta. Es una lástima que los menores no
puedan beber alcohol, nos habría salido más barato pedir caviar y champagne.
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