A Esteban le dejó su novia y como las desgracias nunca vienen
solas, semanas después le echaron del trabajo. Como era tan creyente como aficionado
al juego, juntó las manos y mirando al cielo exclamó a modo de plegaria: ¡MUS!.
Y como Dios aprieta pero no ahoga, repartió nuevas cartas y a
Esteban le tocó un nuevo empleo como reponedor en un hipermercado y una cajera que
le hacía ojitos. ¡No se lo podía creer! ¡Vamos, que le habían caído tres reyes y un pito!. Creyéndose el
rey del mundo, lanzó un órdago al juego, sin reflexionar que no era mano y
su jugada era mejorable, y resultó que el guiño de la rubia iba destinado al
encargado, pareja suya desde hacía años, para informarle que ella también
llevaba treinta y una. Fin de la
partida.
Esa misma noche, Esteban compró una baraja francesa y le rezó
a San Póker.
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