Mediados de agosto, primer día de mis vacaciones. Llegué a la
piscina dispuesta a relajarme tomando el sol, extendí la toalla sobre el césped
y me embadurné con crema protectora.
El sonido de una palmada me sobresaltó. Me incorporé y miré a
mí alrededor. Observé cierto nerviosismo entre los bañistas, pocos para la
fecha en la que estábamos. Volví a tumbarme y zas otro manotazo. Alguien gritó:
“tábanos”, confirmando mis sospechas
sobre lo que estaba ocurriendo.
El negro los atrae, escuché. ¡Maldición!, el color de mi
bañador. Me puse la camiseta. Pican a través de la ropa, lo mejor es irse al agua,
aunque, después mojado… Si te quedas quieto y no respiras pasan de largo.
A los pocos minutos, pese haber seguido todos los consejos,
estaba histérica y llena de picotazos. El destino de mis próximas vacaciones
será una playa del Pacífico, los tiburones asustan menos que los tábanos.
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