El cartero llamó a la puerta, dos veces como buen
profesional, una vez abierta anunció: “paquete para el señor Ortiz”. Álvaro
recibió la noticia entre sorprendido e ilusionado. Era su cumpleaños.
Al firmar la entrega, advirtió que el remitente no aparecía.
“Lo siento, pero se nos ha extraviado el albarán y no dispongo de esa
información”, explicó el mensajero. Álvaro se volvió hacia su mujer con cara
interrogativa pero su expresión la eliminó de la lista de sospechosos.
Averiguar quién le había mandado ese regalo se convirtió en
una obsesión y uno a uno sondeó a todos
los que le felicitaron. Diez días después, todos los santos tienen novena, sin
haber resuelto el enigma, abrió por fin el paquete esperando que su contenido le
diera alguna pista. En el fondo de la caja yacía un balón, a cambio del cual él
mismo había enviado, un puñado de pruebas de compra.
Gracias Loli, como bien sabes nunca tuve un balón de reglamento. Los niños de hoy en día no lo podrán entender, pero eran otros tiempos. Un beso y gracias por el balón
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