Amelia nunca
iniciaba una conversación. Si iba al médico, en la sala de espera, escuchaba la
historia clínica de otro paciente, pero justo cuando este terminaba de narrarle,
pongo por caso, sus continuos ingresos en la unidad de diálisis, ella
sentenciaba: ¡Mucho peor es lo mío que tengo un uñero que me está volviendo
loca!
En el colegio
cuando algún padre se desahogaba contándole lo mucho que les hacía sufrir
Raulito y los cinco suspensos que había sacado en la última evaluación, Amelia respondía
con su sempiterna cantinela: ¡mucho peor es lo mío! que a Cesítar le han puesto
un notable en Lengua que le bajará la nota media.
Un día se
dirigió al parque, se sentó en un banco junto a un vagabundo y antes de que
este pudiera abrir la boca le increpó: ¡Mucho peor es lo mío, que por no tener
no tengo ni motivos para quejarme!
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