Siempre habían convivido en armonía, tenían una vida acomodada, rutinaria, en la que cada uno sabía lo que tenía que hacer y cuándo hacerlo. Algo había provocado el enfrentamiento entre los electrodomésticos.
La lavadora se quejaba de que,
desde que le habían cambiado el turno, estaba mareada y sentía que todo le daba
vueltas. La plancha decía tener sofocos y le preocupaba tener menopausia
precoz. Hasta el lavavajillas, que estaba acostumbrado a trasnochar, consideraba
el nuevo horario abusivo y añadía que se le repetía el abrillantador.
La nevera, trabajadora
incansable, perdió su frialdad y acusó al otro bando de insolidario apoyado por
la aspiradora y la taladradora que nunca habían apreciado su jornada laboral de
fin de semana.
El televisor, tratando de hacer
de intermediario, comentó haber oído que la nueva factura de la luz buscaba fomentar
un consumo más ecológico y solo consiguió que le llamaran enchufado y
“cultureta”.
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