A Rubén le sobró el último mojito, la noche que salió con los compañeros de la oficina a celebrar que habían cerrado una cuenta que auguraba beneficios cuantiosos para la empresa.
A las cervezas previas, le siguió
el vino en la cena. Y ya en la discoteca, allá por la tercera ronda, amenazó
con marcharse, pero no lo hizo, y terminó bailando, demasiado agarrado de, Marian,
la recepcionista con cara de ángel, que le sonreía cada mañana.
Despertó con los gritos de Anita,
su mujer, que aún con la maleta en la mano, recién llegada de Toronto, le
increpaba desde la puerta de la habitación. Y se sorprendió a sí mismo, desnudo,
en su cama, junto a Marian. Esto no es lo que parece, dijo, negando la
evidencia.
La infidelidad se la podría haber
perdonado, contaba Anita a sus íntimos, pero ¡que sea negacionista!… ¡por ahí sí que no paso!
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