Su coqueto piso en una céntrica
calle de una gran urbe se convertía en verano en el vestíbulo del infierno. El
calor le obligaba a dejar las ventanas abiertas por donde se colaba, cada noche,
el sonido del tráfico, el llanto de un
bebé y alguna discusión entre transeúntes bajo los efectos del alcohol.
Decidió darse un respiro y con la
idea de hacer una cura de sueño reservó una casa en una aldea perdida en la Sierra
del Edén. Ya verá que silencio y que paz se respira, enfatizó el propietario de
la casa mientras le entregaba las llaves.
Las campanadas que anunciaban las
doce le despertaron, volvió a arroparse, y de nuevo doce repiques. El reloj del
ayuntamiento siguió el mismo patrón durante toda la noche, cada hora y cada
media, hacía sonar las campanas, y un minuto después, la repetición. Pero ¿quién había diseñado ese reloj Torquemada?
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