Cometí un error hace veinte años.
Un día al responder una llamada, tropecé y tratando de evitar que el teléfono
cayera al suelo, sin querer, toqué una tecla y contraté un servicio de
mantenimiento para dicho aparato.
Inmediatamente traté de
cancelarlo pero no conseguí superar el filtro de un maléfico contestador que me
hizo entrar en un bucle sin conseguir
hablar con ningún operador.
Di al banco orden de no pagar la
cuota y rápidamente me comunicaron que me incluirían en la lista de morosos.
Amablemente me hicieron saber que, a pesar de que la cuota era mensual, el
contrato era anual y no podía cancelarlo hasta que no terminara el primer año.
Y desde entonces he estado
intentando infructuosamente enmendar mi desliz, leyó el notario en el
testamento, pero tengo que anunciaros, hijos míos, que os lego un contrato de
mantenimiento de un aparato que ya ni siquiera existe.
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