jueves, 10 de mayo de 2018

El plazo


Era domingo por la tarde y no tenía ninguna idea sobre la que escribir mi relato semanal. El documento en blanco me miraba burlón desde la pantalla del ordenador. Cuéntame algo, parecía decirme. ¡Qué más quisiera yo!
El reloj se comportaba como un capataz despiadado. Tic tac: escribe, escribe. Era como el compás de los tambores en las galeras. Tic tac: cuenta, cuenta. Y en gran medida hipnótico. Tic tac: duerme, duerme.
Y me dormí y soñé que el lunes pasaba y las musas seguían sin visitarme, que el martes alcanzaba su fin y ni una sola palabra salía de mi pluma, que el miércoles llegaba al ocaso y no conseguía componer ni una sola frase.
Me desperté, bañada en sudor, cuando mi cabeza resbaló del brazo donde estaba apoyada y golpeó con la mesa. Resultó que todavía era domingo y el documento, antes vacío, contenía ahora ciento cincuenta palabras.

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