El domingo por la noche su cuerpo empezó a
manifestar su descontento ante lo que irremediablemente le esperaba en los próximos
días. Un nudo en el estómago le recordaba que al día siguiente era lunes y
tenía que regresar a la vida activa.
Incorporado ya a su rutina se dio cuenta de
que no era él solo el afectado. La tristeza y el desánimo se habían extendido
por la oficina como una epidemia. Todos andaban cabizbajos, sin articular
palabra. Con los ojos aparentemente puestos en la pantalla del ordenador, pero
con la mirada perdida. Algunos escudriñaban el calendario haciendo cálculos que
parecían no salirles.
La vacuna llegó el martes y los
pacientes poco a poco comenzaron a notar cierta mejoría. Las conversaciones cada
vez eran más frecuentes e incluso se gastó alguna tímida broma. Los síntomas
fueron remitiendo a lo largo de la semana, pero solo hasta el siguiente lunes.
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