Recién cumplidos los cuarenta y cinco,
Gonzalo, se consideraba una persona muy educada. Así que cuando vio por el
rabillo del ojo a una chica con una barriguita incipiente no dudó en levantarse
de su asiento para cedérselo, como mandan los cánones de las buenas costumbres.
¿Quién te ha dicho que estoy embarazada?,
contestó ella airadamente, ¿Acaso estás insinuando que estoy gorda? Gonzalo se
defendió de la incómoda situación alegando que se bajaba en la siguiente parada
y así lo hizo, aunque ese día llegó tarde a trabajar.
Días más tarde, Gonzalo observó a una mujer
de cierta edad de pie al final del vagón y le ofreció ocupar su butaca. La
señora se encargó de proclamar a los cuatro vientos que no era tan mayor y que
debía tener como mucho un par de años más que él.
Y desde entonces Gonzalo viaja siempre de pie
en el metro.
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