Como había manifestado en
numerosas ocasiones que deseaba tener tantos varones como para montar un equipo
de fútbol, cuando nació su tercera hija
sentenció: ¡Dios me ha castigado!
Al ver las noticias en televisión
su mujer sabía que había llegado el momento de cambiar de cadena cuando le
escuchaba decir ¡Que Dios nos pille
confesados! y en las conversaciones sobre los futuros novios de sus hijas
siempre comentaba que lo que hacía falta es que fueran hombres como Dios manda.
En el transcurso de un derbi, el árbitro castigó con la pena máxima a su
equipo favorito, en una jugada bastante dudosa, incluso para su suegro que era
forofo del bloque contrario. Y en cuanto el delantero del conjunto rival falló
el lanzamiento del penalti se apresuró a gritar: ¡Ha sido justicia divina! A lo que su suegro no pudo por
menos que exclamar: ¡Hay que joderse con el ateo!
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