jueves, 9 de febrero de 2017
Y la vida siguió…
Tras
la vorágine inicial de entrevistas, cámaras y telegramas de felicitación, la
vida de Antonio lentamente fue recuperando la normalidad. Al principio todavía
recibía algún que otro trato de favor en los comercios del barrio: “para
Antonio lo mejor”, “¿te están atendiendo bien?”; después la rutina volvió a reclamar
su sitio hasta que ya nadie le reconocía por la calle. No le importó, se
refugió en su trabajo, lo que más le gustaba del mundo, y veinte años después, solo
de vez en cuando, en algún pasillo del colegio, sorprendía alguna conversación entre los
alumnos nuevos en la que, unos aseguraban que él era el ganador de un Goya, otros, que había sido finalista del premio Planeta e
incluso los había que afirmaban que
tenía dos medallas olímpicas y Antonio sonreía para sí, porque él sí recordaba
que hubo un día en el que fue el mejor
profesor del mundo.
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