De repente una calma extraña lo invadió todo. El silencio no duró más de treinta segundos, aunque pareció eterno. Y mientras tanto ¿qué es lo que hacían todos? Escuchar. Hasta que finalmente se produjo la señal.
Eran las 14:30 del último viernes del
mes de agosto y algo inusual inició la reacción. El jefe dio por terminada la
jornada, salió de su despacho, apagó la luz, cerró la puerta y se despidió de
los empleados con un: ¡Felices Vacaciones!
De improviso un ruido ensordecedor se
adueñó de la oficina. El estruendo de las sillas y las mesas al arrastrarse, la
música de Windows al apagarse los ordenadores, el eco de la gente recogiendo
sus pertenencias de los cajones, el sonido de las maletas rodando por los
pasillos hacia los ascensores, en fin, el movimiento de cientos de personas que
huían de manera brusca e impetuosa en estampida
hacia las VACACIONES.