Se habían conocido en la cafetería, cercana a sus respectivas oficinas, en la que desayunaban cada mañana mientras intercambiaban miradas de soslayo. El trayecto de cinco paradas del metro en el que coincidieron un día, acabó en una cita oficial y ahora llevaban diez meses saliendo juntos.
La relación fue avanzando de una
manera tan natural que, poco a poco, el uno se incorporó al entorno del otro y
viceversa. Siendo ambos aceptados por casi todos los contactos del otro. Solo
faltaba superar el examen de las amigas del novio.
El tenso encuentro comenzó con un:
¡Cuánto te has hecho de rogar!, enunciado por la que después presumió de conocer
a su novio desde la guardería. Y terminó con un: ¡Pues es bien normal, no sé
qué habrá visto en ella!, suscrito por el resto. Dotando así al adjetivo “normal”
de una connotación peyorativa que nunca habría aceptado la RAE.
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