Este verano, anunció mi madre, iremos de vacaciones al
pueblo y reabriremos la casa de los abuelos. Es un momento ideal para
reencontrarnos con los ancestros y reconciliarnos con la naturaleza.
El primer contacto local fue con
la flora. La vegetación había invadido de tal manera el corral delantero, que tuvimos
que hacernos paso a través de ella como si estuviéramos en la selva amazónica. Al
mover las plantas una nube de insectos sobrevoló nuestras cabezas. Mariposas,
saltamontes, mosquitos y algún otro que no supe identificar.
Al dejar entrar la luz, ya en el
interior, logramos identificar lo que se nos había enredado en el pelo, eran
las telas de una infinidad de arañas que nos saludaban desde cualquier esquina.
¿Algo más que debamos saber sobre
la fauna salvaje?, interrogué a mi madre y ella respondió: que los bichos son
como los pimientos de padrón unos pican y otros no.
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