Hace casi sesenta años que salí
de mi pueblo, una pequeña aldea, de
tantas que hay en España, persiguiendo, como muchos otros, algo que nuestros
lugares de nacimiento no nos podían dar, trabajo.
Desde entonces cada verano con
enorme ilusión regreso a él, a poblarlo de nuevo por unos días, buscando lo que
tan generosamente me regala, tranquilidad, aire puro y recuerdos compartidos en
animadas charlas con otros paisanos. Vuelvo para disfrutar de esa engañosa sensación
de que el tiempo dura una eternidad. Retorno para aliviar la añoranza,
enfermedad crónica que padezco.
Pero como los sentidos nos mienten
y el reloj continúa avanzando inexorablemente, septiembre hace su aparición y
toca regresar a la rutina. Es entonces, cuando me alejo de allí y me giro para
despedirme en la última curva, justo antes de perderlo de vista, que creo ver
un enorme cartel que anuncia: CERRADO
POR FIN DE LAS VACACIONES.
No hay comentarios:
Publicar un comentario