Tan solo una semana después de comprarse la
cazadora de sus sueños, Juan se enganchó con la puerta del ascensor y esta
sufrió una rotura en forma de siete. Conseguí hacer un zurcido que disimulaba
bastante el destrozo y que aliviaba el disgusto del chiquillo.
Unos meses después hubo que amputarle las
tiras de velcro de las mangas, tanto roce las estaba deshaciendo. La cremallera
comenzó a atascarse y terminé por cambiarla. El peso de las llaves y el móvil
agujerearon los bolsillos de tal manera que tuve que sustituirlos por otros de
tela reciclada.
Pero cuando Juan llegó a casa y me contó que
había tenido una caída con la bici y que la chaqueta era la que había salido
peor parada , la miré y tras un rápido diagnóstico anuncié: “Siento comunicarte
que ya no puedo hacer nada más por esta prenda, ha llegado el momento de sacrificarla”.