Desde pequeño,
el otoño era su estación favorita.
Contemplar el manto de hojas de castaño
que cubrían el suelo del patio del colegio. Beber un trago de agua del caño de la fuente de la plaza del
pueblo, recuperada ya del daño del estío.
Refugiarse en casa, y echar otro leño
a la estufa. Todo eso le hacía relajarse
y desfruncir el ceño.
Últimamente el tiempo no se comportaba como antaño e incluso resultaba bastante extraño no tener que llevar ropa de paño en el mes de noviembre. Pero que
nadie se lleve a engaño, el clima es
cíclico y todo vuelve.
Ahora, ya lejana su etapa de lampiño, se había cumplido su sueño y su estación del año predilecta le regalaba el
nacimiento de su primer retoño. Y para
que no pudieran llamarle tacaño,
celebró una gran fiesta en la que bautizó al niño con el nombre de Toño.
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