Como si una hechicera les hubiera lanzado una maldición, Rafa
y Gloria estaban condenados, desde hacía quince años, a que sus vidas se
cruzaran al atardecer y al amanecer. Él vigilaba un garaje durante la noche y ella
tenía turno partido como cajera de un supermercado.
Por las mañanas cambiaban el sitio en la cama. “Buenos días,
princesa”, decía Rafa. “Buenas noches mi amor”, contestaba Gloria. En el ocaso,
compartían cena y confidencias familiares con sus dos hijos.
Con el paso de los años habían ideado un sistema muy eficaz
de comunicación mediante una libreta en la que anotaban, precedido de la fecha
correspondiente, todo lo que consideraban importante.
Y aunque su primera discusión, tras quince años, se produjo
cuando Rafa, eufórico, anunció que había logrado cambiar el turno y Gloria,
visiblemente enfadada, le recriminó que no lo hubiera avanzado antes en el
cuaderno, también disfrutaron de su
primera reconciliación.
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