¡Konnichiwa!, saludó a su interlocutor. Y al imaginario grito de ¡Banzai! tomó las riendas de la entrevista en lo que podría ser considerado por la mayoría como un acto kamikaze.
Ataviada con un kimono casual
y un moño informal, al estilo geisha, comenzó alabando los bonsáis
que había en del jardín de entrada y el ikebana de la sala de espera.
Continuó explicando su pasión por el judo y el kárate y
confesando que se relajaba tanto haciendo sudokus que llegaba a alcanzar
un estado zen.
El sushi y el maki,
con salsa de soja, eran exquisitos, dijo y añadió que, con un par de sakes
de más, el mejor sitio para terminar era un karaoke.
Finalmente comprendió que se
había hecho el harakiri profesional presumiendo de tener competencia
básica en japonés delante de su jefe, cuando buscaban un representante para el
cierre de un trato con una empresa nipona.
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