La primera vez que me sucedió,
fue en la Universidad. Se acababa el plazo para solicitar una beca y en la ventanilla de secretaría una funcionaria
recogió mi instancia. Ignorando mi presencia, comenzó a teclear en el
ordenador. Tac-Tac-Tac, palpitaba mi sien al compás del teclado. Trascurridos
unos minutos, que me parecieron horas, la secretaria me pidió el DNI. ¡Lo
tengo!, respiré aliviado, y lo dejé sobre la repisa. Vuelta a empezar. Tac-Tac-Tac,
esta vez era el corazón el que me marcaba el ritmo. -Certificado de notas- reclamó. Y así continuó torturándome
durante unos diez minutos, tiempo en el que mi cabeza no dejaba de decirme: ¡te
faltará algo!
Pero ahora mi fobia se ha
agravado, con una tila en el cuerpo acudo a presentar documentación a cualquier
organismo público y el otro día, me desmayé en la recepción de un taller al ver
el mostrador tras una pantalla
protectora.
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