Corría el mes de noviembre del
año 2008, un frío helador, casi de invierno, envolvía Madrid, estaba en la
semana 42 de gestación y era mi cumpleaños.
Para no atraer los malos augurios
y recibir la anhelada recompensa, aunque no tenía muchas ganas de fiesta,
acepté cumplir con todos los ritos considerados imprescindibles en un aniversario.
Aguanté estoicamente los tirones
de orejas, tanto los de los que me deseaban larga vida, asociando el tamaño de
los pabellones auditivos con la longevidad, como los de los que tiraban porque
sí.
Soplé las velas de la tarta, pedí
un deseo y entonces sucedió. Tuve el mejor regalo con el que en ese momento
podía soñar.
-¿Y qué fue mamá?
- Una Nintendo. Y durante el
siguiente día no hice otra cosa que jugar con ella.
-¿Y qué pasó después?
- Pues que naciste tú y la
Nintendo se la quedó tu hermano.