Un sudor frío le empapó el cuerpo,
después tuvo la sensación de que caía al vacío sin poder evitarlo y perdió el
conocimiento. Despertó sin saber dónde estaba, una centena de coches lo
rodeaban, aunque no reconocía el lugar. Desconcertado buscó a alguien que le
pudiera orientar.
Un policía municipal se aproximó
hacia él repitiendo una frase que no lograba descifrar, parecía que hablaba en
otro idioma. Se concentró y entonces las palabras empezaron a encajar en su
mente.
Está usted en el purgatorio,
decía la voz, un estado del alma en el que las personas que han muerto con
algún desliz sufren una pena temporal mientras expían sus pecados para poder
acceder al cielo.
Mi culpa, reconoció, es haberme
comprado un coche diésel hace trece años. Y entonces identificó que estaba en el
centro de Madrid y el policía le explicaba que sin el distintivo ambiental no
podía pasar.
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