Cecilia tenía problemas para calcular el tiempo, confiaba demasiado en su rapidez haciendo las tareas de cada mañana, y nunca conseguía llegar a la oficina con menos de diez minutos de retraso.
Con el abrigo puesto y el
discurso reivindicativo de que el horario está para cumplirlo, recibía a su
jefe si se le ocurría algún día ir a encargarle una última tarea.
Sobre un compañero que había
perdido 5 días de vacaciones por no disfrutarlas antes del 31 de marzo comentó:
-que las hubiera cogido antes, tiempo ha tenido-. Olvidando que a ella el año
anterior se las habían guardado hasta la primera semana de abril.
Le molestaba terriblemente
encontrarse a sus hijos en el despacho del director porque sus profesores se
hubiesen marchado ya, cuando llegaba tarde a recogerlos. -Ni cinco minutos han
sido-.
Pero si alguien le insinuaba su
posible subjetividad siempre alegaba: -no es lo mismo-.
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